Berja Piensa: Las Tertulias Filosóficas de la Biblioteca



La tertulia de Berja: opiniones y reflexiones de un soldadito de plomo de la Filosofía. 

José Antonio Guzmán Gil Soldadito de plomo de la filosofía, profesor de filosofía en un instituto de secundaria, batallo bajo su bandera entre niños y jóvenes, que son estupendos, dejad que los niños se acerquen a mí, pero son muchos, hay que pasar lista y ponerles notitas cada trimestre. La lechuza nos visita de higos a brevas en este ámbito forzoso o postforzoso. Y un día topé con las gentes de Filosofía en la Calle y acabé incorporado al proyecto, en la “sección” tertulia. La idea comenzó el 10 de enero de 2018 (para estas precisiones llevo un diario), comenzamos entre nosotros la tertulia en torno a un libro que proponíamos entre todos, quedábamos en bares. Tertulia o club de lectura de libros de filosofía, lecturas que provocan el hablar, el pensar. Comenzamos con Temor y temblor de Kierkegaard, luego La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han, más tarde Contra todo. Cómo vivir en tiempos deshonestos de Mark Greif. Una al mes. Luego acabamos en la Biblioteca Municipal de Berja y allí seguimos. Las siguientes tres tertulias las tuvimos allí, llegamos allí de la mano de Francisco Escudero. Es su territorio. La lectura y la tertulia se instaló entre un maravilloso grupo de personas con ganas de contemplar a la lechuza, un grupo que participa y ha participado en múltiples actividades: el Taller de poesía y acción, Taller de poesía visual y acciones poéticas, Antitaller de antipoesía (todos dirigidos por Francisco Escudero), el club de lectura (literaria) y un largo etcétera. Algunos son licenciados, ninguno en Filosofía. Me contaba Escudero en el pub Tándem de Berja que al comentarles la propuesta de participación en una tertulia filosófica hubo fruncimiento de ceños, esa cosa del instituto y la selectividad, eso que parece para especialistas, eso pesado, qué horror. Luego todo ha ido bien, a mí me parece que demasiado bien. Y aquí el soldadito de plomo de la filosofía no pasa lista ni pone notitas, ni es nadie, sino uno más, aquí depone sus armas, se quita el casco y ve volar a la lechuza. Aquí soy un lector y tertuliano que comparte sus hallazgos, los tesoros extraídos de la lectura, con los demás. Aquí somos todos filósofos. Los libros que hasta ahora hemos leído y comentado son El único y su propiedad de Max Stirner, El utilitarismo de John Stuart Mill y Persona y democracia. La historia sacrificial de María Zambrano. Leer filosofía es como entrar en una ciudad abandonada por sus habitantes, precipitadamente. En sus casas han dejado casi todo. El frigorífico está bien provisto. Hay relojes, cuadros de buen y mal gusto (para gusto colores) herramientas diversas y mucho más; los invasores que llegan cogen lo que les viene bien o consideran de más valor, luego pueden intercambiar objetos con sus compañeros saqueadores. Y esto es la tertulia, un grupito de saqueadores que muestran el resultado de su saqueo, qué han sacado de la ciudad abandonada por el autor, a veces el saqueador toma por oro lo que es hojalata, o lo que parecía hojalata, es oro, y todos los saqueadores miramos con atención la mercancía tomada para ver su valor, valorar lo uno, desvalorar lo otro, y siempre podremos volver a esa ciudad a seguir saqueando. Y a otra ciudad, pues son infinitas. Y los saqueadores agradecidos pensamos que somos afortunados por poder saquear sin límites. Los libros de filosofía contienen o pueden contener ideas muy valiosas para nosotros en cada momento, nos pueden ayudar a ser menos idiotas, menos esclavos, más imaginativos y humildes. Así definiría yo este grupo de lectores y tertulianos, ávidos de tesoros y utilidad, abiertos a tasar y medir lo que sabemos o creemos saber, revisando el saco de nuestras pertenencias. Y ante nosotros una ruleta que apunta a los libros de filosofía, podemos leer tantos que no sabemos qué acabaremos leyendo, algo imprevisto y abierto como la vida, como la ruleta de los propios pensamientos ante el libro, como la ruleta que componen todos los pensamientos de los intervinientes en la tertulia, tertulia abierta a la que cualquiera puede ir. Filosofía abierta a la calle que transcurre ahora en una biblioteca. No hemos llevado acta de estos encuentros, lo que intentaré es inventariar alguna de las ideas que fueron objeto de atención en el momento vivo de la tertulia, utilizando para ello mi memoria, ofreceré algunas de las ideas que saqueamos para nuestro bien, para una vida con reflexión, como nos reclamaba Sócrates. No da cuenta de lo que aconteció. Es una breve reseña de algunas ideas que se posaron sobre la mesa, otras se quedaron en el tintero, porque estos libros son muy ricos. Comenzamos con el libro de Stirner (El único y su propiedad). Recuerdo que el pensamiento del autor provocó incomodidad, prevención, reparos: defendía el egoísmo. Como sostiene el autor, es el gran pecado, el mal, lo inadmisible, todo el mundo lo oculta, uno tiene que negarlo para ser alguien respetable. Los reparos se fueron atenuando, pero nunca desaparecieron del todo. El libro de Stirner está superpoblado de ideas y sugerencias, de herramientas para defenderse a uno mismo, su particularidad, su unicidad. La causa suprema de uno mismo es uno mismo, la relación de uno con el mundo es disfrutar todo lo que a uno le es posible del mundo, uno quiere gozarse. Tampoco parece para tanto. Los demás también están ahí para el goce de uno. Si no ¿para qué? Igual que uno para el goce de los otros. Que levante la mano quien no sea un egoísta. Pero el egoísta no lo tiene fácil. Hay demasiadas cosas sagradas que no son uno mismo, demasiados ídolos, esencias, que exigen el sacrificio de nuestra particularidad. Porque el único parece poca cosa, en realidad es nada, qué poca cosa. Pero es una nada creadora, él es el creador de los ídolos, esencias, Dios, en definitiva, que exige su particularidad en el altar sagrado ante el cuchillo. El único piensa y lo piensan, el único se entusiasma, tiene propensión religiosa, su propio pensamiento lo posee, es un poseído, lo dominan las ideas fijas. Hay que librarse del pensamiento, en eso consiste la libertad de pensamiento, no en poder ser esclavo de un pensamiento, sino convertir cualquier idea en mi esclava, la tendré y le daré vida mientras me sirva, porque quiera. Debo ser propietario del pensamiento y no propiedad del pensamiento. El pensamiento debe ser disuelto en la nada de la que procede. El pensamiento se teje y se desteje, se usa y se tira, no para de moverse como el único que es movimiento, fuerza, poder que se despliega, En definitiva, hay que cagarse en Dios, en todos los dioses, en todas las ideas fijas, también en los dioses de Willy Toledo. Otro punto peliagudo en la tertulia: el único tiene como enemigo todo lo que revoque su soberanía. El único declara la guerra al Estado. Lo sagrado por excelencia, porque el Estado manda, prescribe, uniformiza. Y quién tiene narices de cuestionar al Estado, a dónde iríamos a parar sin Estado, se murmuraba en la tertulia. El egoísta le dice al Estado, como Diógenes a Alejandro: «apártate, me quitas el sol». Y lo mismo le dice a la familia, al partido, al comunismo, al feminismo… cualquiera que le diga al único lo que debe ser, que se debe sacrificar, negarse para ser otro mejor y demás, es enemigo del único. El único no es tonto, sabe lo que está en juego en ciertas desobediencias, pero engaña todo lo que puede. El único engaña al Estado. Yo, por ejemplo, soldadito de plomo de la filosofía, lo engaño todo lo que puedo en las clases, si fuera todo lo que él quisiera, todo lo que prescribe, entonces sería la negación de mí mismo. El Estado, como todos los ídolos sagrados, con su mundo de pensamientos, de puras abstracciones, de fantasmas, de inmovilidades, niega al particular vivo. Y el particular se defiende como puede. ¿Entonces el criminal es un único? El criminal es un único, y el que no lo es también. No nos asustemos por estas ideas, tampoco nos las creamos a pie juntillas, pero pensemos qué hacemos con nuestras vidas, qué pensamientos pueblan nuestro espíritu, qué serios somos, pensemos en nuestro goce, apartemos lo que lo impide, a quienes lo impiden, aunque sea nuestra madre. Tenemos derecho. Y no es que el único sea un solitario. Quiere gozar, extraer utilidad de los otros, como los otros la extraen de él. Quiere multiplicar su poder. Se asocia con los otros. Se asocia, como se disocia, según le vaya o le interese. Es soberano, no es un hombre de partido ni de sociedad — entiende Stirner que la sociedad, ya sea familia, Estado, cárcel, colegio, me manda, no me deja salir de ella, prescribe, exige la eliminación de la unicidad — el único es un ser que se asocia, sin más. La asociación es un continuo asociarse, no se estanca, no está quieta, no es un cadáver, una sociedad, como el pensamiento que no se estanca, que no está quieto, que, al igual que el río fluye, que no muere en idea fija, cosa sagrada. El único puede autolimitar su libertad en la asociación, la libertad es restringible para el único, es algo inevitable, lo que no restringe el único es su particularidad, en la asociación sobrevive su particularidad. Aquí lo dejo. Solo un pálido reflejo del libro de Stirner. Un libro que hicimos de nuestra propiedad como pudimos, que nos hizo murmurar «qué dice este tipo», elogia el egoísmo, declara supremo al particular, a cada uno de nosotros. Señala al Estado como enemigo. Al Estado…, oh, qué temeridad. ¿Es esto posible, sano, noble, viable? ¿Nos dijo algo Stirner? ¿Nos dio algún arma para defendernos de este mundo de imbéciles posesos que se cagan en Dios en nombre de Dios, de otro Dios? Tomemos el sol, pues, que nadie nos lo tape. Esto de leer y pensar es algo así como culo veo culo quiero. El pensar es promiscuo, es una disciplina de contorsionista, y pasamos de uno a otro sin parpadear. Esto de pasar de un libro a otro nos hace mejores. Nosotros nunca quemaremos libros en nombre de un libro sagrado. Nosotros no creemos en los libros sagrados. Nosotros, en puridad, no nos creemos ningún libro y pasamos de uno a otro sin despeinarnos. Así, del insurrecto, rebelde, Stirner, nos vamos a otro muy distinto. Su música y su letra son distintas, antitéticas, o eso parece. Hablamos de John Stuart Mill (de su libro El utilitarismo). Este señor, ¿defiende el egoísmo, está contra el Estado? No. Los tertulianos respiran aliviados. Menos mal. Y es que Mill pertenece a los buenos chicos de la filosofía. Su música y su letra nos suenan más acordes con los valores establecidos. Quizá se pasa de exigencia ética, de atención a los intereses de los otros, quizá es demasiado cristiano. En qué quedamos. ¿Es que somos unos egoístas redomados y solo desde ahí se puede construir, o no? Para Mill, el fin de la conducta humana no es sino la felicidad o utilidad (esta palabra sonó rara en este contexto, tiene una connotación corta, de manualidad, o de perspectiva como egoísta, tuvimos que resituarla), pero no la felicidad egoísta, sino la felicidad de todos los implicados en cada acción. Hay que ser imparciales. Un elemento muy actual en esta filosofía moral es que dentro de los implicados están los animales, como seres sintientes que son. Porque la felicidad no es sino el placer junto a la liberación del dolor. El fin último de la acción humana es la felicidad máxima o utilidad de todos los seres sintientes. Por tanto, estamos ante un chico majo que piensa incluso en los animales. ¿Llegamos a tanto los seres humanos? ¿Podemos alejarnos tanto del egoísmo? Para Mill, sí. Hay una fuerte base natural para esta ética: el deseo de estar unidos a nuestros semejantes, la necesidad de la cooperación para lograr fines colectivos, un fuerte sentimiento de justicia presente en todos nosotros (que analiza ampliamente en la obra). El sentimiento de justicia es tan natural y adquirido como el hablar. Todos por naturaleza queremos hablar desde muy pronto, pero necesitamos la presencia educativa de los demás para llevar a buen puerto este instinto de habla. Lo mismo dirá Mill del sentimiento de justicia. Cuando habla Mill de placeres distingue dos tipos y los jerarquiza: los placeres corporales y los placeres mentales (que implican el uso de las facultades y capacidades humanas más elevadas). Es decir, la utilidad que se ha de promover (desde el Estado, organizaciones sociales, sistema educativo…) no es la del pan y circo tan solo, la de tener un móvil y hacerse selfis, sino la del desarrollo de la inteligencia del modo máximo. O zanjándolo con una feliz expresión de Mill: «es preferible un Sócrates insatisfecho que un cerdo satisfecho». Mill no estaría a favor del mundo feliz que describe Huxley. Son demasiados idiotas. Cierto que no hay dolor, miseria, angustia, pero son tontos, no hay únicos. A Mill no le gustan los tontos ni los idénticos. Y ya sabemos que si los tontos volaran… taparían el sol. Lo tapamos de hecho. A Mill le gustaría, por supuesto, nuestro club de lectura de filosofía, nuestra tertulia, que nos deja con tantos interrogantes, tantas formas distintas de pensar, con tantas dudas, tanta inconclusión y apertura mental Y pensaría que hay que promover la lectura de la filosofía. Que tomen notas quienes deben. Igual que Stirner, Mill piensa en el goce como fin de la vida humana, pero la vida humana es más desinteresada, más naturalmente vertida hacia el goce de los demás, como exigencia no externa, sino interna, del sentimiento de justicia. Porque Stirner repudia el tú debes que viene de fuera y me exige sacrificio, pero en Mill, no hay esa exterioridad que me sacrifica, sino que desde dentro puede surgir un yo debo ineludible. Y como decía el fin es el goce en ambos. Sí que le debemos a Mill esa distinción entre los distintos goces que no está en Stirner, lo del cerdo y Sócrates ya dicho. Vivan por tanto la lectura y la tertulia como placeres superiores que, desde luego, nos apetece promover para todo ser humano y pasemos a otra cosa mariposa. Por qué no pasamos a una mujer, decían voces de la tertulia, como está mandado. De este modo llegamos a una filósofa, además, española: María Zambrano. En este caso tuvimos la presencia de la propia María1 que se hizo carne por un rato y nos comentó su vida, respondiendo las preguntas que le hacían los participantes. Cosas que pueden pasar en la Berja de Escudero. Luego comentamos su libro Persona y democracia. La historia sacrificial. Se notó cierto entusiasmo por su persona y su prosa sinuosa y poética, algo que me sorprendió. Se trata de una obra de filosofía de la historia. El hombre es un caminante. Se hace y se desenvuelve al andar en el tiempo. No está hecho, cerrado, está escondido para sí. Se sueña, se profetiza, se busca y quiere ser del todo. Necesita el tiempo, la historia. En el desarrollo de la historia descubre o sueña que el fin de la historia es el desarrollo del propio hombre, su plenitud. Él es lo más valioso, el ser persona es el fin, busca una sociedad que pueda albergar esta realidad. Se trata de lograr una sociedad humanizada, no sacrificial, superar la constitución idolátrica de la sociedad, donde unos endiosados exigen víctimas, donde muchos cooperan con el funesto personaje que lleva adelante su sueño de poder inhumano. Se trata de eliminar a estos personajes que se impiden e impiden a los demás la plenitud de su persona. Pero… ¿qué es esto de la persona? Revolotea esa pregunta de forma incesante en la tertulia. Entresacamos lo siguiente: lo propio de la persona es su capacidad de ensimismarse, de pensar, de soledad, es una soledad dentro de una convivencia, jamás puede quedar adherida de forma definitiva a un modo de vida. La persona es por tanto libertad, futuro; es por ello por lo que ni las sociedades ni la historia se pueden cerrar ni inmovilizar. Cualquier régimen o sociedad que obture esta realidad máxima es inhumana. El mayor enemigo de la apoteosis de la persona ha sido el absolutismo, el sueño de una sociedad cerrada, la conclusión de la historia, la declaración de haber alcanzado el lugar 1 Interpretada por un actor muy popular en la ciudad de Berja: Pepe el Trebujena. definitivo del hombre. Estos paraísos no son sino el infierno del hombre. Recordamos a los muñecos inexpresivos de la sociedad de Kim Jong-un y nos sentimos dichosos de no estar allí. Y nos quedamos con una idea de Zambrano que nos gusta: la historia es el purgatorio, hay que huir tanto del infierno como del paraíso, lo humano es el purgatorio, la apertura ascensional hacia la plenitud de todas las personas. Nos sorprendió una definición de democracia de Zambrano: es la sociedad en la cual no solo es permitido, sino exigido ser persona. La democracia es la sociedad humanizada sin sacrificios, sin personajes, donde encuentra su espacio la persona. Es por ello, que como ella declara, la democracia está en estado naciente, por hacer. La democracia no es absolutista, no es cerrada, es como una sinfonía que tenemos que escuchar todos para que exista, en la que todos participamos; es el lugar de la diversidad de las personas, de la libertad y el futuro por hacer. Como la propia tertulia que nos traemos entre manos. Y tanto la persona que invoca Zambrano, como los derechos del único, como el hombre más allá del cerdo, nos parecen asumibles, deseables. El siguiente concierto lo será con el Gorgias de Platón, será por lo de la democracia, como la persona nacida en Grecia, siempre interminable, siempre prostituible. Y para este soldadito de plomo de la filosofía esta tertulia, debate, sinfonía, es un placer superior que comparto con la lechuza. 

José Antonio Guzmán Gil. Profesor de Filosofía en enseñanza secundaria.

El texto se publicó en el libro titulado PROTESTA. Filosofía en la calle, vol. I. Editoríal Círculo Rojo.

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